Mi perra entró en mi vida cuando no la esperaba. Cuando no me lo podía permitir. Cuando no quería más animales. Pero como sucede con todas las cosas inesperadas de la vida, ha resultado ser un acierto.
Hace dos años bajé de vacaciones con una amiga a un pueblo costero del sur, donde mi familia tiene una casa. Nosotras, que somos del norte, entendemos el privilegio que esto supone. La idea era descansar, tomar el sol, tomar algo viendo el mar y pasear por la playa. En otras palabras, estábamos huyendo de la rutina.
Nada más llegar, justo a la entrada del pueblo, se nos cruzó una perra por la carretera. Y yo, que tiendo a despotricar al ver animales abandonados, pensé que sería la típica perra de una casa de pueblo, de esas que abren la puerta y el animal sale y entra cuando quiere. Me equivoqué.
Un día después, en un bar cercano a mi casa, la volví a ver. El bar está situado frente a un parque bastante grande, cercado por unas rejas que impiden que pasen las personas pero que los animales acceden con bastante facilidad. Y allí estaba ella. Echada en el muro que soporta las rejas. Intenté acercarme para ver si tenía collar, una chapa con algún teléfono o algo que me pudiera indicar que no estaba abandonada, pero en cuanto lo intentaba, salía corriendo como si yo fuera un peligro para ella. Le di jamón que habíamos pedido para acompañar una caña y lo devoró como si no hubiera comido en días. Volví a pensar que no estaba abandonada y que seguramente por la noche volvería a su casa. Al fin y al cabo, quién dice que no al jamón. Me equivoqué otra vez.
Llegó la noche y estaba con el runrun de quien sabe que no ha hecho todo lo que estaba en su mano. Serían las 2 de la mañana cuando salí de casa para ir al parque y ver si seguía ahí. Como es de esperar, estaba tumbada exactamente en el mismo lugar del muro que la había visto por última vez. En ese momento solo pensé una cosa: tú vas a ser mía.
Me fui a casa y cuando me desperté, fui a por comida para perros para dársela y que se fuera haciendo a mí. Pensaba que en cuanto cogiera un poco de confianza podría acercarme a ella y llevármela. Jugaba en contra que había bajado para pocos días y no tenía mucho margen para que se hiciera a mí. Según iba pasando el tiempo, su relación conmigo no mejoraba. Cada vez que me veía se iba corriendo muerta de miedo.
Rondaba por el parque y de vez en cuando la veía sentada en el bordillo de la acera. Imagino que estaba esperando a que le volvieran a recoger porque podía pasar ahí bastante rato hasta que le echaban o se iba con miedo si alguien se acercaba.
Entendí que yo sola no iba a poder cogerla, así que escribí a todas las asociaciones, protectoras y veterinarios de la zona para que me ayudaran. Explicaba que no quería que la recogieran para llevarla a la perrera, sino que iba a ser yo quien me la iba a quedar pero que necesitaba ayuda. Pero a esas alturas del año, ya estaban saturados y desbordados por los abandonos y no podían ayudarme… salvo una persona. Conocí a una amante de los animales que se dedicaba por su cuenta a recoger animales abandonados y a colocarlos en protectoras de la zona. Con el tiempo he sabido que ha hecho de eso su profesión.
Intentó convencerme de que si quería un perro, ella podía darme uno del tamaño, raza o edad que quisiera. Será por perros abandonados… Pero yo no quería un perro, en mi casa ya había bastantes animales, quería a esa perra que se había cruzado en mi camino y que no podía sacarme de la cabeza.
Lo que vino después no fue fácil. Entre las dos lo intentábamos pero era imposible. Tenía demasiado miedo y conocía el parque mejor que nosotras, por no hablar de que las rejas del parque jugaban a su favor.
Al final, llegó el momento de mi vuelta y la que ya era mi perra seguía sin dejarse coger. La chica que me estaba ayudando me dijo que ella lo iba a seguir intentando y me fui sabiendo que tarde o temprano, vendría conmigo a casa. Pasaron los días, incluso meses, hasta que me llamó para decirme que la había conseguido coger metiéndole pastillas en la comida para dormirla. En cuanto me enteré, cogí el coche con mi madre y bajé al sur.
Lo que me encontré fue una perra llena de miedos en el veterinario. Por supuesto, tal y como había prometido, corrimos con los gastos. Digo corrimos por no decir que corrió mi madre porque, como he adelantado, yo no me lo podía permitir. La llevamos a casa y lo primero que hizo fue subirse al sofá. Se notaba que ya lo había hecho antes. Sin embargo, todavía no se fiaba de nosotras aunque poco a poco fue ganando confianza.
La llevé a Vitoria conmigo, a Ava, que así se llama, y empecé a notar que el camino no iba a ser fácil. Tenía ataques de pánico, se intentaba tirar por la ventana cuando escuchaba un ruido o se intentaba defender de mí cuando me acercaba a ella sin que lo esperara. Todo le daba miedo: el viento, las tormentas, los ruidos de las puertas, yo misma… Todo le hacía temblar y jadear y, aunque me duela decirlo, a mí me estaba costando caro también. Dejé de dormir, no podía dejarla sola, intentaba darle todo el cariño que podía pero cada vez me lo ponía más difícil.
Terminé por llevarla al etólogo para que me ayudara a saber cómo tratar con animales con traumas, porque por mucho que les queramos, a veces no basta. Gracias a eso, conseguí que fuera mejorando poco a poco hasta el día de hoy.
Sigue necesitando ayuda de vez en cuando, sobre todo con las tormentas y los petardos, pero el cambio que ha dado es radical. Es una perra alegre y tranquila con algún que otro toquecillo, pero al fin y cabo, quién no tiene algo.
Adoptar a un perro no es fácil, alguno de ellos (no todos, por supuesto) tienen traumas que requieren tiempo, cariño y paciencia. Pero el resultado merece la pena. Créeme que merece la pena.
Por eso, ahora que llegan las vacaciones de verano, por favor, cuidad a vuestros animales. Imagino que quien lea esto también se llevará las manos a la cabeza cuando ve los datos de abandonos que tenemos en España. Pero, por si hubiera una sola persona que esto le haga recapacitar, por favor, no lo abandones, cuídalo, porque la recompensa es maravillosa.
Y si estás pensando en comprar… Te animo a que eches un ojo a la cantidad de perros que están esperando una casa, un hogar y un compañero.
Y yo, mientras escribo esto, miro a Ava, que está a mi lado durmiendo en el sofá, y pienso que precisamente cuando no la esperaba, cuando no me lo podía permitir y cuando no quería más animales, fue el mejor momento para que formara parte de mi vida.